La vida que llevamos es un reflejo de lo que pensamos. Si pensamos bien, vivimos bien; si pensamos mal, vivimos mal. Los desórdenes alimenticios, las relaciones tóxicas, las adicciones e incluso la depresión y la ansiedad tienen sus raíces en patrones de pensamiento equivocados. Por eso debemos arrancar de raíz los pensamientos dañinos y, en su lugar, sembrar en nuestra mente y en nuestro corazón la Palabra de Dios, porque cuando Su Palabra penetra en los surcos fértiles de nuestro interior, brotan nuevos frutos que nos fortalecen y nos dan paz.
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El mismo techo y distintos cuartos
En nuestras iglesias, a veces pretendemos servir el mismo alimento espiritual a todos, con la misma medida, como si se tratara de un genérico. Pero Dios nos hizo únicos, y cada corazón se nutre y se conecta con Él de manera distinta. Para crecer en la fe, necesitamos conocer nuestro temperamento, nuestro estilo de aprendizaje, nuestros circuitos espirituales, y la temporada de la vida en la cual nos encontramos. Hay quienes son más intelectuales, otros son adoradores y otros más viven la fe desde lo relacional. No importa la manera, lo que nos hace ser Sus discípulos, es elegir estar siempre con Jesús.
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Los jueces
Con frecuencia filtramos la gracia de Dios a través de la red de nuestra propia opinión, y juzgamos y señalamos a los demás con un dedo acusador. Nada parece darnos más satisfacción que ponernos la toga y, desde el estrado, descargar el martillo para emitir la condena que creemos hará justicia. Pero no sólo somos indignos para ser jueces, sino también incompetentes para serlo. No gastemos la vida intentando ser policías de la santidad ajena. El Señor nos ha llamado a aborrecer el mal; pero jamás nos ha llamado a despreciar o condenar al pecador. ¡Un mensaje retador y liberador!
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El analgésico de Dios (Marcos Witt)
Desde el momento en que fuimos concebidos, el Señor nos regaló el gozo porque sabía que lo necesitaríamos para navegar la vida, para enfrentar sus tormentas. Sin embargo, el enemigo de nuestra alma no quiere vernos alegres; nos quiere anémicos, débiles y frustrados, y siempre busca robarnos el gozo del Señor. Por eso, como parte de nuestra guerra espiritual diaria, debemos luchar para no perderlo, recordando de dónde Dios nos ha traído y hacia dónde nos está llevando. Alabemos siempre a nuestro Padre con fe, sin importar las circunstancias de nuestra vida, porque cuando le alabamos, el gozo regresa. ¡Dios pelea por aquellos que confían en Él!
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El blues de la soledad
Muchos hemos pasado noches enteras llorando en silencio, contemplando una oscuridad que parece reflejar el estado de nuestra alma. Es en esas temporadas difíciles cuando debemos alabar al Señor con todo el corazón, tal como lo hizo David en medio de sus batallas. David verbalizó sus problemas ante Dios como si fueran un gran rollo que contenía todas las angustias de un “blues de la soledad”. Sin embargo, cuando llegó el momento de escribir el estribillo, su queja se transformó en un canto de triunfo, porque el espíritu de adoración descendió sobre él y comprendió que, aunque todo a su alrededor parecía tambalearse... ¡nada había cambiado en cuanto a Dios!